viernes, 29 de mayo de 2009

El olor del pelotón

En el escrito titulado "Sin miedo", he hecho referencia a mi anterior actividad deportiva: el ciclismo. Eso ha desencadenado recuerdos entrañables que tengo ganas de contar, así es que inicio esta linea de comentarios y reflexiones, referidos a un tiempo pasado y a una actividad que ha llenado una buena parte de mi vida, agrupados bajo la etiqueta : "El olor del pelotón".

Los ciclistas, como los escaladores, son gente especial. Se afanan en el intento de alcanzar objetivos muy difíciles, a costa de grandes esfuerzos y sacrificios, cosa que, salvo contadas excepciones y nunca a partir de cierta edad, les va a suponer un beneficio económico, sino todo lo contrario, un gasto considerable. Además del esfuerzo físico, mental y económico, representa con frecuencia una fuente de conflictos familiares. Sin embargo, la satisfacción y el sentido que le da a la vida semejantes actividades, es tan fuerte que compensa sobradamente a quien tiene una vocación de este tipo y la cultiva, ante la mirada atónita de quienes le conocen y, siendo personas corrientes, no entienden ese énfasis. Ellos solo trabajan, comen, follan de vez en cuando y miran la televisión. Una vida así, para mí no tiene ningún sentido.
Por supuesto, no me estoy refiriendo a los ciclistas que salen el domingo a dar un paseo, sino a los que asumen retos, a límite de sus posibilidades, sean estas del calibre que sean.
Todo el mundo ha visto alguna vez pelotones de ciclistas en carrera, sobre todo en la televisión, pero hay algo que solo perciben los que van dentro y que suele quedarse en la mente con mucha firmeza: el olor. Se trata de un olor característico y penetrante, el olor de las cremas de masaje y calentamiento, más o menos es olor a linimento. Ese olor es muy fuerte y está siempre presente. En las salidas es donde se da mayor concentración. He conocido a corredores a los que la percepción de ese olor les disparaba los nervios y las pulsaciones.

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